viernes, 13 de octubre de 2017

Dichosos los que son fíeles a Dios en la adversidad – Por San Alfonso María de Ligorio.









   La fidelidad de los soldados se prueba en los combates y no en el reposo. La tierra es para nosotros un campo de batalla en donde cada uno está puesto para pelear y vencer para salvarse. El que no consigue la victoria está perdido para siempre. Job decía: Todos los días de mí presente milicia, estoy esperando hasta que llegue mi mudanza. Job tenía que luchar con tantos enemigos, pero le consolaba la esperanza de que saliendo vencedor y resucitando después de la muerte, mudaría de estado.

   San Pablo habla de esta mudanza, y manifiesta gozo por ella: Los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados. En el cielo cambiamos de condición. El cielo no es un lugar de trabajo, sino de descanso; no de temor, sino de seguridad; no de tristeza y tedio sino de alegría y de gozos eternos. Con la esperanza, pues, de tales delicias animémonos a pelear hasta la muerte. No nos declaremos jamás vencidos por nuestros enemigos, hasta que venga el término de la batalla, hasta que llegue nuestra mudanza, y podamos entrar en posesión de la eterna dicha.

   Por cierto tiempo sufrirá el que padece, mas después volverá la alegría. ¡Feliz aquél que sufre en esta vida por Dios! Sufre por algún tiempo, pero sus gozos serán eternos en la Corte celestial. Allí tendrán fin las persecuciones, las tentaciones, las enfermedades, las tribulaciones y todas las miserias de esta vida. Dios nos dará una vida llena de delicias y que no tendrá fin. Ahora es tiempo de podar la viña y de quitar de en medio todos los obstáculos que pudieran entorpecer nuestro camino hacia la tierra prometida del cielo.

   La amputación no puede hacerse sin dolor: es menester conformarse: después se nos dará en consuelos lo que habremos pasado en sufrimientos. Dios es fiel a todos los que sufren acá abajo con paciencia por su amor; les ha prometido, que él mismo será su recompensa, y esta recompensa es superior a todos nuestros padecimientos.

   Entre tanto, antes de recibir la corona de la vida eterna, quiere Dios que seamos probados por medio de las tentaciones: Bienaventurado el varón que sufre tentación: porque después que fuere probado, recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que le aman. ¡Dichosos los que en la adversidad permanecen fieles a Dios!

   Creen algunos, que cuando todos sus negocios marchan con feliz éxito y ningún contratiempo los aflige, es señal de que son amados de Dios; pero se engañan, porque Dios prueba la paciencia y la fidelidad de sus siervos, no por medio de la prosperidad, sino de la adversidad, para premiarlos después con aquella corona que no se marchita como las coronas que conceden los mundanos; con aquella corona de gloria y de eternidad de que habla San Pablo: Recibiréis corona de gloria que no se puede Marchitar. Porque ¿a quién la tiene Dios ofrecida? A los que le aman: pues el amor divino nos dará valor para combatir y alcanzar la victoria.

   Al amor de Dios es necesario unir la humildad; porque al modo que el oro y la plata se prueban en el fuego, así los hombres aceptables a Dios se prueban en la fragua de la humildad. En las humillaciones se descubren los santos, en ellas se prueba si son oro o plomo. Tal sujeto que es tenido por santo, y al recibir un agravio, se turba y se lamenta con todos: y quiere vengarse del que se lo ha hecho. ¿Qué significa eso? Que es plomo.

   El Señor dice: En tu humildad, ten paciencia. El soberbio mira las humillaciones que recibe, como otras tantas injusticias insoportable: el humilde al contrario, juzgándose digno de que le maltraten todos, lo sufre todo con paciente resignación. Los que han cometido pecados mortales, echen una ojeada sobre el infierno que han merecido, y a su aspecto llevarán con paciencia todos los desprecios, todos los dolores.

   Amemos, pues, al Señor: seamos humildes, y cuanto hagamos, hagámoslo no por darnos gusto a nosotros, sino por agradar a Dios. ¡Maldito amor propio, que se mezcla en todo cuanto hacemos: aun en los ejercicios espirituales, en la oración, en la penitencia y en todas las obras de piedad va sacando partido! Pocas son las almas espirituales que no caigan en esto del amor propio.

   ¿Dónde podrá hallarse una alma de fortaleza bastante, tan despojada de pasiones e intereses que persevere amando a Jesucristo, hasta en medio del dolor, del abatimiento, de las penas de espíritu, y de los sinsabores de la vida? Salomón dice, que una alma capaz de tanto, es una preciosidad venida de lejanos confines y muy rara: Mujer fuerte, ¿quién la hallará? lejos, y de los últimos confines de la tierra su precio.

   ¡Oh Jesús crucificado! yo soy uno de aquéllos que hasta en sus devociones encuentran medio de satisfacer su gusto y amor propio, tan disconforme de vos, que llevasteis una vida llena de dolores, privada de todo consuelo por el amor de los hombres: concededme vuestro auxilio para que en adelante no atienda más que a vuestra divina voluntad y gloria. Quisiera amaros sin interés alguno; pero soy flaco, y preciso será que vos me concedáis fuerzas para cumplir mis promesas.

   Todo me entrego a vos, disponed de mí a vuestro gusto. Haced que yo os ame; es lo único que os pido. ¡Oh Virgen María, dulce Madre! Alcanzadme con vuestros ruegos fidelidad a Dios.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.