lunes, 25 de septiembre de 2017

DIOS ENVÍA LOS CASTIGOS EN ESTA VIDA, NO PARA NUESTRA RUINA, SINO PARA NUESTRO BIEN – Por San Alfonso María de Ligorio.




“No os alegráis (Dios) de las desgracias con que nos agobiáis…” (Тоbías; III, 22.)

   Señor, decía Tobías (Tob., III, 21), el que os sirve tiene la certeza de que después de la prueba alcanzará la corona, y que después de la tribulación de esta vida quedará libre de la pena que había merecido. (Tob; III, 21-22.)

   Después de las tempestades y de los infortunios nos concedéis la calma, y después de los llantos nos enviáis la paz y la alegría. Digámosle, pues, y no cesemos de repetir: No nos envía Dios las desdichas de esta vida para nuestra ruina, sino para nuestro bien; es decir, a fin de que dejemos el pecado, y que, recobrando la gracia, podamos escapar de los castigos eternos.

   Dice el Señor que derrama el temor en nuestros corazones para que no nos hagamos esclavos de las delicias de la Tierra, y que para poseerlas no pensemos jamás en ser ingratos y en abandonarle. (Jerem., XXXII, 40.) ¿Qué hace el Señor para llamar a su gracia a los pecadores que le han abandonado? Muéstrese indignado, y les amenaza con castigos en esta vida. (Ps., LV, 8.) Cólmales Dios de tribulaciones, a fin de que la aflicción misma les impela a abandonar el pecado y a recurrir a Él. ¿Qué hace una madre que quiere destetar a su hijo? Pone hiel en su pecho. Esto mismo hace el Señor para atraer a él las almas, y despegarlas de los placeres de la Tierra, que les hacen olvidar la eterna salud; derrama amargura en sus placeres, en sus fiestas, en una palabra, sobre todo cuanto poseen, a fin de que, no hallando ya paz en las cosas terrestres, recurran a Dios, único que puede contentarles. (Os; VI, 1.)

   Si permito, dice el Señor, que los pecadores no dejen de deleitarse en el pecado, no cesarán de dormir en él: necesario es, pues, que les aflija para despertarles de su letargo y volverlos a Mí. Guando se vean afligidos exclamarán: ¿Qué hacemos? Si no abandonamos el vicio, Dios no se aplacará, y continuará, con justicia, castigándonos. Valor, pues, volemos a sus plantas, que Él nos curará de nuestras dolencias. Si nos ha afligido con sus castigos, nos consolará por su misericordia.

   En el tiempo de mis aflicciones, decía David, he buscado al Señor y no he quedado burlado en mi esperanza, porque Él me ha consolado. (Ps; XXVI, 3.)


   Así que el profeta le daba gracias de haberle humillado después que pecó, pues por este medio le había enseñado a observar la divina ley. (Salmo; CXVIII, 71.) La aflicción del pecado es a un mismo tiempo un castigo y una gracia, dice San Agustín. Es un castigo, con respeto a al pecado; pero es una gracia, porque libra de la pena eterna, y le da la seguridad de que Dios quiere ser misericordioso con tal que se corrija, y que acepte reconocido esta tribulación que le hace abrir los ojos y le vuelve a llamar a la vía de salud.

   Dice San Bernardo que es imposible pasar de los placeres de la Tierra a los del Cielo. (Salmo; XXXVI, 7.) Así dice el Señor (Dan; IV, 22): No envidies, hijo mío, al pecador que prospera en el vicio; prospera, es verdad, pero en su camino, no en el camino de Dios.

   Prospera a veces el pecador, a pesar de su mala conducta, mientras tú, que caminas por las sendas del Señor, te ves afligido. Más se ha de aguardar el fin: el pecador será feliz en este mundo y desgraciado en la eternidad; tú, al contrario, serás afligido en la Tierra y feliz en el Cielo. Regocíjate, pues, pecador, y da gracias al Señor cuando te castiga en esta vida, porque es una señal que quiere en el otro ser misericordioso contigo.

   El Señor dice a Nabuco: quiero que por espacio de siete años te alimentes de heno como los brutos, para darte a entender que yo soy el árbitro supremo, que doy y quito a mi placer los reinos a los hombres, y para que renuncies a tu orgullo. Así fué: este rey orgulloso se corrigió, dio gracias a su Dios, y el Señor le devolvió el reino porque había mudado de conducta.

   ¡Ay de nosotros cuando Dios no nos castiga en la Tierra de los pecados que cometemos! Señal es que nos reserva para el castigo eterno.

   ¿Qué se ha de decir cuando el médico ve podridos los miembros de un enfermo y no los corta? ¿No se habrá de decir que abandona a aquel enfermo a la muerte? ¡Ay de aquellos pecadores a quienes el Señor ya no habla ni muestra su indignación! ¡Vendrá un día, dice el Señor, en que conoceréis quién soy Yo; entonces os acordaréis de las gracias que os habré hecho, y veréis, con grande confusión, cuan enorme es vuestra ingratitud¡ ¡Ay, pues, del pecador que no deja el vicio, y a quien permite el Señor, para castigarle, que alcance el objeto de sus deseos criminales! (Salmo; LXXX). Señal es ésta que Dios quiere pagarle en esta vida un poco de bien que ha hecho, reservándose castigarle en la eternidad por todos los pecados que ha cometido. (Is; XXXVI; 10.) Porque el día de la venganza llegará; los pecadores serán rechazados del Paraíso y precipitados en el Infierno.

   Alejad de mí, Señor, esta terrible misericordia. Si os he ofendido, ruégoos me castiguéis en esta vida; pues que, si no queréis castigarme acá en la tierra, seré castigado eternamente en la otra vida. Tal es la oración que San Agustín dirigía al Señor: castigadme ¡oh Dios mío! aquí en el mundo; cortad, romped, a fin de que no hayáis de castigarme en la eternidad.

   Jonás, cuando huía de Dios, dormía en el navío. Más, viendo Dios que el desgraciado profeta estaba a punto de ser herido con la muerte temporal, le hizo llamar por el piloto.

   Esto es lo que hace con vos el Señor en este momento; vos os habíais dormido en el pecado; vos os habíais privado de la gracia divina; en una palabra, estabais condenados al Infierno; llegó la calamidad, y esta calamidad es la voz de Dios que os dice: despiértate, pecador; tiempo es ya de pensar en lo que debes a ti y a tu alma; abre los ojos, ve el Infierno abierto a tus pies. ¡Cuántos desdichados fueron a él condenados por muchos menos pecados de los que tú has cometido, y tú duermes, y ni piensas siquiera en confesarte, ni en librarte de la muerte eterna! Date prisa en salir de este lazo infernal en que te has metido; ruega, a Dios que te perdone; ruégale, a lo menos, si no estás resuelto a corregirte, que te dé luz para ilustrarte y para hacerte conocer el infeliz estado en que te hállas. Haced uso del aviso del Señor.

   Jeremías vio primero una vara, después un vaso puesto en el fuego. San Ambrosio dice a este propósito, que, quien no se corrige por el azote temporal, será precipitado en el fuego eterno del Infierno. Pecadores, ya veis que el Señor, por medio de este azote, os habla al corazón y os llama a la penitencia. Decidme: ¿qué le respondéis? El hijo pródigo no pensó en su padre en tanto que pudo vivir en las delicias; más cuando se vio reducido a la más espantosa miseria, cuando se vio abandonado de todo el mundo, y que, forzado a guardar cerdos, no podía ni aun alimentarse de su alimento, se arrepintió de sus faltas, y dijo en su corazón: ¡Cuántos domésticos están bien alimentados en la casa de mi padre, en tanto que yo muero aquí de hambre! Me levantaré y volaré a encontrar a mi padre. Así lo hizo, y fué acogido por su padre con la mayor ternura.

   Ved lo que debéis practicar también. Ved qué vida tan desdichada se lleva cuando, se vive alejado de Dios. Es una vida llena de hiel, de espinas y de amargura. Ni puede ser de otro modo, porque os hallabais en la enemistad del Señor;  único que puede haceros feliz. Ved cuan dichosa es la vida de los servidores de Dios, quienes disfrutan de una paz continua, es decir, disfrutan de la paz del Señor, que, según el Apóstol, supera a todos los placeres de los sentidos. (Philip., V, 7.) ¿Qué hacéis, pues? ¿No consideráis que sufrís y sufriréis dos infiernos, el uno en esta vida y el otro en la otra?

   Ánimo, pues; decid también: Iré a mi Padre; salir quiero de este letargo mortal en que vivo sumergido y en estado de condenación; quiero volver a mi Padre Celestial. Verdad es que mucho le tengo ofendido, alejándome de El con sumo disgusto suyo; mas Él es mi Padre todavía, Pero ¿qué diréis a vuestro Padre cuando a Él volváis? Decidle lo que el hijo pródigo decía a su padre: Padre mío, confieso mi falta; he obrado mal dejando a un padre que tanto me amaba; conozco que no soy digno de que me llaméis hijo vuestro; perdonadme y recibidme a lo menos en calidad de servidor, y castigadme después como os plazca.

   ¡Qué feliz seréis si habláis y obráis así! Os sucederá lo que al hijo pródigo, cuando el padre le vio a sus pies pidiendo perdón de su crimen; que, lejos de desecharle, le recibió en su casa, le estrechó entre sus brazos y le abrazó como hijo suyo. Le hizo después vestir con un traje precioso, lo cual significa que, si le imitamos, quedaremos revestidos de la gracia. Hizo celebrar una gran fiesta para expresar de un modo solemne la alegría que inundaba su alma por haber vuelto a encontrar este hijo perdido, a quien creía ya muerto.

   Ánimo, pues; verdad es que Dios está irritado, mas no por esto ha dejado de ser nuestro padre. Volvamos arrepentidos a sus pies; no tardará en aplacarse, y nos librará de las penas que hemos merecido.


   María ruega por nosotros y nos invita a unir nuestras súplicas con las suyas. Hijos míos, dice esta Madre de misericordia, pobres hijos míos, dirigíos a Mí y tendréis lugar para esperar. Mi Hijo me concede todo cuanto le pido. Vosotros estabais muertos a causa del pecado: venid a Mí, dirigíos a Mí y volveréis a encontrar la vida, esto es, la gracia divina, que recobraréis por mi intercesión. (ACTO DE DOLOR)

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