jueves, 27 de julio de 2017

Preparación para la muerte – Por San Alfonso María de Ligorio.




   Aclaración: El título de este artículo no corresponde a la obra homónima escrita por el mismo autor.

   Está establecido que los hombres mueran una sola vez (Hebreos.  IX 27): La muerte es cierta. Por el contrario, es incierto el tiempo y el modo de nuestra muerte. Por eso nos exhorta Jesucristo diciendo: Estad preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre (Lucas XII 40).

   Dice, estad preparados, y así no creemos bastante para salvarnos el prepararnos para la muerte cuando llega ésta, sino que es menester que entonces nos encontremos dispuestos a abrazarla de aquel modo y con aquellas circunstancias con que nos acaecerá. Por eso conviene que una vez al mes, cuando menos, se repitan los siguientes actos: ¡Oh Dios mío! Pronto estoy a recibir la muerte que me destinareis. Yo la acepto desde ahora y sacrifico mi vida en honor de vuestra Majestad y también en penitencia de mis pecados, conformándome con que esta carne mía por cuyo contentamiento tanto os ofendí, sea devorada por los gusanos y reducida a polvo.

   ¡Jesús mío! el dolor y la agonía de mis últimos instantes los uno a los dolores y agonía que sufristeis en vuestra muerte. Yo acepto la muerte con todas las circunstancias que vos queráis. Acepto el tiempo; de aquí a muchos años, o en breve: acepto el modo con que llegará, en la cama, o fuera de ella: presentida o imprevista, con enfermedad más o menos dolorosa, como a vos os plazca: me someto en todo a, vuestra santa voluntad. Dadme fuerza para soportarlo todo con paciencia.

   ¿Que podré yo dar al Señor en testimonio de reconocimiento por cuanto de él he recibido? Os doy gracias, Señor, primeramente por el don de la fe: declaro que deseo morir hijo de la Santa Iglesia Católica. Os doy gracias por no haber ordenado mi muerte cuando estaba en pecado mortal, y por haberme perdonado tantas veces con tanta misericordia. Os las doy también por las luces y las gracias con que os habéis dignado llamarme a vuestro amor. Os ruego que en la hora de mi muerte me concedáis recibir el santo Viático, a fin de que unido a vos comparezca delante de vuestro tribunal.

   No soy yo merecedor de escuchar de vuestra boca: Muy bien, siervo bueno y fiel; porque fuiste fiel en lo poco, te pondré sobre lo mucho, entra en el gozo de tu Señor (Mateo XXV 21). No lo merezco, Jesús mío, porque en ninguna cosa he sido perfectamente fiel; pero vuestra muerte me infunde esperanza de que seré admitido en el cielo, para amaros allí eternamente y de todo corazón.

   ¡Oh amor mío crucificado, tened piedad de mí! Miradme con aquel amor con que me mirasteis desde la cruz al morir por mí. No te acuerdes, Señor, de los delitos de mi juventud ni de mis ignorancias. Los pecados me asustan, pero la cruz en que os contemplo clavado por mi amor me infunde esperanza: He aquí el leño de la cruz, del cual pende la salud del mundo. Deseo concluir mis días para poner fin a mis pecados antes de morir. Perdonadme las ofensas que os he hecho, perdonadme por vuestra sangre: ¡Oh sangre del Inocente, lava las manchas del arrepentido!

   Jesús mío, yo abrazo vuestra cruz, y beso las llagas de vuestros pies, en donde deseo exhalar el alma. ¡Oh! ¡No me abandonéis en mis últimos instantes! Te rogamos que auxilies a tus siervos, ya que los redimiste con tu preciosa sangre.

   Os amo de todo corazón, os amo más que a mí mismo, y me arrepiento con toda mi alma de haberos despreciado hasta ahora. Señor, yo estaba perdido, pero vuestra bondad infinita me ha arrancado de las cosas de este mundo: recibid, pues, mi alma desde ahora para aquel momento en que deberá salir de este mundo. Yo exclamaré con Santa Águeda: Señor, que me apartaste del amor del mundo, recibe mi alma. En tí, Señor, deposité mi confianza, no sea yo confundido para siempre, pues tú me redimiste, Señor, Dios de verdad.

   Virgen Santa, socorredme en la hora de la muerte: Santa María, madre de Dios, ruega por mí, pecador, ahora y en la hora de mi muerte; en tí, Señora, puse mi confianza, no sea yo confundido para siempre. Señor San José, mi protector, obtenedme una santa muerte. Ángel mío de mi guarda, Arcángel San Miguel, defendedme del demonio en el último combate. Y vosotros, Santos del paraíso, vosotros, ¡oh defensores míos! Socorredme en aquel extremo. Jesús. María y José, téngalos yo a mi lado en la hora de mi muerte.





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