viernes, 24 de marzo de 2017

La adoración en espíritu y en verdad (Parte II) Una lectura maravillosa para los que gustan de visitar a nuestro Señor en la Eucaristía.




   ¿Queréis ser felices en el amor? Vivid continuamente en la bondad de Jesucristo, siempre nuevas para vosotros; seguid en Jesús el trabajo de su amor hacia vos. Contemplad la belleza de sus virtudes, la luz de su amor, más bien que sus ardores; en nosotros el fuego del amor pasa presto, pero permanece su verdad.

   Comenzad todas vuestras adoraciones por un acto de amor, y abriréis deliciosamente vuestra alma a su acción divina. Si os detenéis en el camino, es porque empezáis por vosotros mismos; o bien, si empezáis por cualquiera otra virtud que el amor, os extraviáis. ¿Acaso el niño no abraza a su madre antes de obedecerla? El amor es la única puerta del corazón.

   ¿Pero queréis ser nobles en el amor? Hablad al amor de sí mismo: hablad a Jesús de su Padre celestial a quien tanto ama: Obladle de los trabajos que Él emprendió para su gloria, y alegraréis su corazón y os amará más y más.

   Hablad a Jesús de su amor hacia todos los hombres, y esto dilatará su corazón y el vuestro a causa de la felicidad y de la alegría.

   Hablad a Jesús de su santa Madre, que le fué tan querida, y renovaréis en Él la dicha de un buen Hijo; habladle de sus Santos para glorificar la gracia de Dios en ellos.

   El verdadero secreto del amor es, pues, olvidarse uno de sí mismo, como San Juan Bautista, para exaltar y glorificar a Nuestro Señor Jesucristo.

   El verdadero amor no considera lo que da, sino lo que merece el ser querido.

   Si lo haces asi, entonces Jesús, contento de ti, te hablará de ti mismo; te manifestará su amor hacia ti, y tu corazón se abrirá a los rayos de este sol como la flor, húmeda y fría por la noche, a los rayos del astro del día. Su dulce voz penetrará tu alma como el fuego penetra en un cuerpo combustible. Y dirás entonces como la Esposa de los Cantares: “Mi alma se ha derretido de felicidad a la voz de mi amado.” —Entonces le oirás en silencio, o más bien, en la acción más suave y más fuerte del amor: entonces irás a Él.

   Porque lo que más tristemente se opone de ordinario el desenvolvimiento de, la gracia del amor en nosotros, es que, apenas hemos llegado a los pies del buen Señor, le hablamos en seguida de nosotros mismos, de nuestros pecados, de nuestros defectos  de nuestra pobreza espiritual; es decir, que nos fatigamos el espíritu a la vista de nuestras miserias, nos contristamos el corazón ante el pensamiento de nuestra ingratitud e infidelidad; la tristeza trae aparejada la pena, la pena el desaliento, y sólo a fuerza de humildad, de angustia y sufrimiento salimos de ese laberinto para encontrarnos libres en la presencia de Dios.

   En adelante, pues, no obres asi. —Más como el primer movimiento del alma determina ordinariamente toda la acción, dirige este primer movimiento hacia Dios, y dile: “¡Oh mi buen Jesús, cuánta es mi felicidad y mi alegría por venir a veros, por venir a pasar con Vos esta buena hora y  comunicaros mi amor! ¡Cuán bueno sois por haberme llamado! ¡Cuán amable por amar a una criatura tan pobre como yo! ¡Oh, sí, quiero amaros con toda mi alma!”

   El amor entonces te ha abierto ya la puerta del corazón de Jesús; entra, ama y adora.



“LA DIVINA EUCARISTÍA”

San Pedro Julián Eymard




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