A mis lectores: Les
puedo asegurar que esta lectura o no la han hecho nunca, o muy pocos, y si no
la hacen ahora es muy posible que jamás la hagan. Pues bien en sus manos dejo estas líneas, y no exagero
en lo que voy a decir: puede que el destino eterno de sus almas este en
que lean esta publicación. Aclaro que no es una lectura para almas frívolas,
sino para almas que de verdad buscan la perfección. Las frívolas nada entenderán
ni sabrán degustar la belleza, que acompaña a toda verdad, y siempre causa el
bien en las almas. NICKY PÍO.
La caída de Lucifer con sus demonios desde
el monte Calvario al profundo del infierno, fue más turbulenta y furiosa que
cuando fue arrojado del cielo. Y aunque siempre aquel lugar es tierra tenebrosa
y cubierta de las sombras de la muerte, de caliginosa (tenebrosa) confusión, de
miserias, tormentos y desorden, como dice el santo Job: pero en esta ocasión
fue mayor su infelicidad y turbación; porque los condenados recibieron nuevo
horror y accidental pena con la ferocidad y encuentros que bajaron los
demonios, y el despecho que rabiosos manifestaban. Cierto es que no tienen potestad en el infierno para poner las almas a
su voluntad en lugares de mayor o menor tormento; porque esto lo dispensa el
poder de la divina justicia, según los deméritos de cada uno de los condenados,
porque con esta medida sean atormentados. Pero, a más de la pena esencial,
dispone el justo Juez que puedan sucesivamente padecer otras penas accidentales
en algunas ocasiones; porque sus pecados dejaron en el mundo raíces y muchos
daños para otros que por su causa se condenan, y el nuevo efecto de sus pecados
no retratados les causa estas penas. Atormentaron
los demonios a Judas con nuevas penas, por haber vendido y procurado la muerte
a Cristo. Y conocieron entonces que aquel lugar de tan formidables penas,
donde le habían puesto, era destinado para castigo de los que se condenasen con
fe y sin obras, y los que despreciasen de intento el culto de esta virtud y el
fruto de la redención humana. Y contra
estos manifiestan los demonios mayor indignación, como la concibieron contra
Jesús y María.
Luego que Lucifer tuvo permiso para esto y
para levantarse del aterramiento en que estuvo algún tiempo, procuró intimar a
los demonios su nueva soberbia contra el Señor. Para esto los convocó a todos,
y puesto en lugar eminente les habló, y dijo: A vosotros, que por tantos siglos habéis seguido y seguiréis mi justa
parcialidad en venganza de mis agravios, es notorio el que ahora he recibido de
este nuevo Hombre y Dios, y como por espacio de treinta y tres años me ha
traído engañado, ocultándome el ser divino que tenía, y encubriendo las operaciones
de su alma, y alcanzando de nosotros el triunfo que ha ganado con la misma
muerte que para destruirle le procuramos. Antes que tomara carne humana le
aborrecí, y no me sujeté a reconocerle por más digno que yo de que todos le
adorasen como superior. Y aunque por esta resistencia fui derribado del cielo
con vosotros, y convertido en la fealdad que tengo, indigna de mi grandeza y
hermosura; pero más que todo esto me atormenta hallarme tan vencido y oprimido
de este Hombre y de su Madre. Desde el día que fue criado el primer hombre los
he buscado con desvelo para destruirlos; y si no a ellos, a todas sus hechuras,
y que ninguna le admitiese por su Dios ni le siguiese, y que sus obras no
resultasen en beneficio de los hombres. Estos han sido mis deseos, estos mis
cuidados y conatos; pero en vano, pues me venció con su humildad y pobreza, me
quebrantó con su paciencia, y al aún me derribó del imperio que tenía en el
mundo con su pasión y afrentosa muerte. Esto me atormenta de manera, que si a
él le derribara de la diestra de su Padre, donde ya estará triunfante, y a
todos sus redimidos los trajera a estos infiernos, aun no quedara mi enojo
satisfecho, ni se aplacara mi furor.
¡Es posible que la
naturaleza humana, tan inferior a la mía, haya de ser tan levantada sobre todas
las criaturas! ¡Que ha de ser tan amada y favorecida de su Criador que la juntase a sí
mismo en la persona del Verbo eterno! ¡Que antes de ejecutarse esta obra me hiciese guerra, y después me
quebrantase con tanta confusión mía! Siempre la tuve por enemiga cruel;
siempre me fue aborrecible e intolerable. ¡Oh hombres tan favorecidos y regalados del Dios que yo
aborrezco, y amados de su ardiente caridad! ¿Cómo impediré vuestra dicha? ¿Cómo os haré
infelices cual yo soy, pues no puedo aniquilar el mismo ser que recibisteis?
¿Qué haremos ahora, o vasallos míos?
¿Cómo restauráremos nuestro imperio?
¿Cómo
cobraremos fuerzas contra el hombre? ¿Cómo podremos ya vencerle? Porque si de hoy mas no son los mortales insensibles
ingratísimos, si no son peores que nosotros contra este Hombre y Dios que con
tanto amor los ha redimido, claro está que todos le seguirán a porfía; todos le
darán el corazon y abrazarán su suave ley; ninguno admitirá nuestros engaños;
aborrecerán las honras que falsamente les ofrecemos, y amarán el desprecio;
querrán la mortificación de su carne, y conocerán el peligro de los deleites;
dejarán los tesoros y riquezas, y amarán la pobreza que tanto honró su Maestro;
y a todo cuanto nosotros pretendamos aficionar sus apetitos, les será
aborrecible por imitar a su verdadero Redentor. Con esto se destruye nuestro reino, pues nadie vendrá con nosotros a
este lugar de confusión y tormentos; y todos alcanzarán la felicidad que
nosotros perdimos; todos se humillarán hasta el polvo, y padecerán con
paciencia, y no se logrará mi indignación y soberbia.
¡Oh
infeliz de mí, y qué tormento me causa mi propio engaño! Si le tenté en el desierto fue darle ocasión
para que con aquella victoria dejase ejemplo a los hombres, y que en el mundo
le hubiese tan eficaz para vencerme. Si le perseguí, fue ocasionar la enseñanza
de su humildad y paciencia. Si persuadí a Judas que le vendiese, y a los judíos
que con mortal odio le atormentasen y pusiesen en la cruz, con estas
diligencias solicité mi ruina, y el remedio de los hombres, y que en el mundo
quedase aquella doctrina que yo pretendí extinguir. ¿Cómo se pudo humillar tanto el que era
Dios? ¿Cómo sufrió tanto de los hombres, siendo tan malos? ¿Cómo yo mismo ayudé
tanto para que la redención humana fuese tan copiosa y admirable? ¡Oh
qué fuerza tan divina la de este Hombre, que así me atormenta y debilita! Aquella mi enemiga, Madre suya, ¿cómo es tan
invencible y poderosa contra mí? Nueva es en pura criatura tal potencia, y sin duda la participa del Verbo
eterno, a quien vistió de carne. Siempre me hizo grande guerra el Todopoderoso
por medio de esta Mujer tan aborrecible a mi altivez, desde que la conocí en su
señal o idea. Pero si no se aplaca mi soberbia indignación, no me despido de
hacer perpetua guerra a este Redentor, a su Madre y a los hombres. Ea, demonios
de mi séquito, ahora es el tiempo de ejecutar la ira contra Dios. Llegad todos a
conferir conmigo por qué medios lo haremos, que deseo en esto vuestro parecer.
A esta formidable propuesta de Lucifer
respondieron algunos demonios de los más superiores, animándole con diversos
arbitrios que fabricaron para impedir el fruto de la redención en los hombres.
Convinieron todos en que no era posible ofender a la persona de Cristo, ni
menguar el valor inmenso de sus merecimientos, ni destruir la eficacia de los
Sacramentos, ni falsificar ni revocarla doctrina que Cristo había predicado;
mas que no obstante todo esto convenía que, conforme a las nuevas causas,
medios y favores que Dios había ordenado para el remedio de los hombres, se
inventasen allí nuevos modos de impedirlos, pervirtiéndolos con mayores
tentaciones y falacias. Para esto algunos demonios de mayor astucia y malicia,
dijeron: Verdad es que los hombres
tienen ya nueva doctrina y ley muy poderosa, tienen nuevos y eficaces
Sacramentos, nuevo ejemplar y maestro de las virtudes, y poderosa intercesora y
abogada en esta nueva Mujer; pero las inclinaciones y pasiones de su carne y
naturaleza siempre son unas mismas, y las cosas deleitables y sensibles no se
han mudado. Por este medio, añadiendo nueva astucia, desharemos, en cuanto
es de nuestra parte, lo que este Dios y Hombre ha obrado por ellos; y les haremos
poderosa guerra procurando atraerlos con sugestiones, irritando sus pasiones,
para que con grande ímpetu las sigan, sin atender a otra cosa; y la condición
humana, tan tímida, embarazada en un objeto, no puede atender al contrario.
Con este arbitrio comenzaron de nuevo a
repartir oficios entre los demonios, para que con nueva astucia se encargasen
como por cuadrillas de diferentes vicios en que tentar a los hombres.
Determinaron que se procurase conservar en el mundo la idolatría, para que los
hombres no llegasen al conocimiento del verdadero Dios ni de la redención
humana. Si esta idolatría faltaba,
arbitraron se inventasen nuevas sectas y herejías en el mundo; y que para todo
esto buscasen los hombres más perversos y de inclinaciones depravadas que
primero las admitiesen, y fuesen maestros y cabezas de los errores. Y allí
fueron fraguadas en el pecho de aquellas venenosas serpientes la secta de
Mahoma, las herejías de Arrio, de Pelagio, de Nestorio, y cuantas se han
conocido en el mundo, desde la primitiva Iglesia hasta ahora, y otras que
tienen maquinadas, que ni es necesario ni conveniente referirlas. Este infernal arbitrio aprobó Lucifer, porque se oponía a
la divina verdad, y destruía el fundamento de la salud humana, que consiste en
la fe divina. A los demonios, que lo intentaron y se encargaron de buscar
hombres impíos para introducir estos errores, los alabó y acarició, y los puso a
su lado.
Otros
demonios tomaron por su cuenta pervertir las inclinaciones de los niños,
observando las de su generación y nacimiento. Otros de hacer negligentes a sus
padres en la educación y doctrina de los hijos, o por demasiado amor, o aborrecimiento,
y que los hijos aborreciesen a sus padres. Otros se ofrecieron a poner odio
entre los maridos y mujeres, y facilitarles los adulterios, y despreciar la
justicia y fidelidad que se deben. Todos convinieron en que sembrarían entre
los hombres rencillas, odios, discordias y venganzas, y para esto los moviesen
con sugestiones falsas, con inclinaciones soberbias y sensuales, con avaricia y
deseo de honras y dignidades, y les propusiesen razones aparentes contra todas
las virtudes que Cristo había enseñado; y sobre todo divirtiesen a los mortales
de la memoria de su pasión y muerte, y del remedio de la redención, de las
penas del infierno y de su eternidad. Y por estos medios les pareció a todos
los demonios que los hombres ocuparían sus potencias y cuidados en las cosas
deleitables y sensuales, y no les quedaría atención ni consideración de las
espirituales, ni de su propia salvación.
Oyó Lucifer estos y otros arbitrios de los demonios, y
respondiendo dijo: Con
vuestros pareceres quedo muy obligado, todos los admito y apruebo, y todo será
fácil de alcanzar con los que no profesaren la ley que este Redentor ha dado a
los hombres. Pero en los que la admitan y abracen, dificultosa empresa será. Más en
ella y contra estos pretendo estrenar mi saña y furor, y perseguir
acerbísimamente a los que oyeren la doctrina de este Redentor y le siguieren; y
contra ellos ha de ser nuestra guerra sangrienta hasta el fin del mundo.
En esta nueva Iglesia he de procurar
sobresembrar mi cizaña, las ambiciones, la codicia, la sensualidad y los
mortales odios, con todos los vicios de que soy cabeza. Porque si una vez se multiplican y crecen
los pecados entre los fieles, con estas injurias y su pesada ingratitud
irritarán a Dios para que les niegue con justicia los auxilios de la gracia que
les deja su Redentor tan merecidos; y si con sus pecados se privan de este
camino de su remedio, segura tendremos la Vitoria contra ellos. También es necesario trabajemos en quitarles la piedad, y
todo lo que es espiritual y divino; que no entiendan la virtud de los
Sacramentos, o que los reciban en pecado, y cuando no le tengan, que sea sin
fervor ni devoción; que como estos beneficios son espirituales, es menester
admitirlos con afecto de voluntad, para que tenga más fruto quien los usare.
Y si una vez
llegaren a despreciar la medicina, tarde recuperarán la salud, y resistirán
menos a nuestras tentaciones; no conocerán nuestros engaños, olvidarán los
beneficios, no estimarán la memoria de su propio Redentor, ni la intercesión de
su Madre; y esta feísima ingratitud los hará indignos de la gracia, e irritado
su Dios y Salvador se la niegue. En esto quiero que todos me ayudéis con grande
esfuerzo, no perdiendo tiempo ni ocasión de ejecutar lo que os mando.
No es posible referir los arbitrios que
maquinó el dragón con sus aliados en esta ocasión contra la santa Iglesia y sus
hijos, para que estas aguas del Jordán entrasen en su boca. Basta decir que les
duró esta conferencia casi un año entero después de la muerte. de Cristo, y
considerar el estado que ha tenido el mundo y el que tiene después de haber
crucificado a Cristo nuestro bien y maestro, y haber manifestado su Majestad la
verdad de su fe con tantas luces de milagros, beneficios y ejemplos de varones
santos. Y si todo esto no basta para reducir a los mortales al camino de la
salud, bien se deja entender cuánto ha podido Lucifer con ellos, y que su ira
es tan grande, que podemos decir con san Juan: ¡Ay de la tierra, que baja a vosotros
Satanás lleno de indignación y furor! Mas ¡ay dolor, que verdades tan infalibles como estas y tan importantes
para conocer nuestro peligro, y excusarle con todas nuestras fuerzas, estén hoy
tan borradas de la memoria de los mortales con tan irreparables daños del
mundo! El enemigo astuto, cruel y vigilante; ¡nosotros dormidos, descuidados y flacos!
¿Qué maravilla es que Lucifer se haya apoderado tanto del mundo, si muchos le
oyen, le admiten y siguen sus engaños, y pocos le resisten, porque se olvidan
de la eterna muerte que con inculpable indignación y malicia les procura? Pido yo á los que esto leyeren, no quieran
olvidar tan formidable peligro. Y si no le conocen por el estado del mundo y
sus desdichas, y por los daños que cada uno experimenta en sí mismo, conózcalo a
lo menos por la medicina y remedios tantos y tan poderosos, que dejó en la
Iglesia nuestro Salvador y Maestro, pues no aplicara tan abundante antídoto, si
nuestra dolencia y peligro de morir eternamente no fuera tan grande y
formidable.
“MÍSTICA
CIUDAD DE DIOS”
Año
1888
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