martes, 18 de octubre de 2016

¡Sacerdote, jamás! Prefiero que muera



   Una señora de la aristocracia de Turín acompañada del menor de sus hijos, llegó un día a visitar a Don Bosco. Nadie podía poner en duda la piedad de la familia, puesto que el jefe de ella, encargado de los asuntos de gobierno piamontés, desde la brecha de la Puerta, Pía se había retirado voluntariamente a la vida privada.

   Don Bosco, con su bondad ordinaria, preguntó por toda la familia y concluyó por decir a la señora:
   — ¿Y qué vais a hacer con vuestro hijo mayor?
   — Seguirá, como su padre la carrera diplomática.
   — Bien; ¿y el segundo?
   — Está en la escuela militar, y, conforme a los precedentes de la familia no dudo que llegará a general.
   — Perfectamente. ¿Y a éste? — Añadió Don Bosco, indicando al niño que estaba allí con la madre —  A éste lo haremos sacerdote, ¿no es verdad?

      A esta palabra la señora pareció aterrada y nada respondió; pero luego, como encendida en furor, con energía casi salvaje, exclamó: — ¡Sacerdote, jamás! ¡Prefiero que muera!

   Consternado Don Bosco por esta respuesta, procuró mover a la señora a mejores sentimientos, observándole al mismo tiempo que aquella palabra no era una sentencia. ¡Trabajo perdido! La desdichada madre repite la misma imprecación y se retira.
   Ocho días después, agitada y anegada en llanto, preséntase de nuevo.

   — ¡Don Bosco, venid, venid a dar la bendición al menor de mis hijos que se muere!

   Una vez en la habitación del moribundo, toma el niño la mano de Don Bosco y la besa respetuosamente. Reunidos allí los médicos, declaran ignorar la naturaleza de la enfermedad. El enfermo los oye, y, llamando a su madre, le dice:
   —Mamá, yo bien sé por qué me muero... la palabra de usted... Acuérdese de lo que le dijo a Don Bosco. Usted prefirió verme muerto antes que darme a Dios y el buen Dios me llama.

   Don Bosco, después de aconsejar la resignación a la familia y prometerle las oraciones de sus niños, se retiró profundamente conmovido.

   A poco vinieron a avisarle de haberse completado la lección divina: el niño había muerto.


“SAN JUAN BOSCO”

Carlos D´ Espiney

Año 1949



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