viernes, 16 de septiembre de 2016

Poder de la Cruz sobre el Demonio y la conversión de un masón




   Vamos a contar ahora un suceso de aparición real del demonio en junta o tenida de masones.

   El R. P. F. Cormier, en su vida del P. Jandel, varón ilustre de la Orden dominicana en estos últimos años, refiere el siguiente caso de presencia personal del demonio en una logia, atestiguado por multitud de revistas religiosas en los mismos días de lo ocurrido: “El P. Jandel, movido por una inspiración repentina, se puso en un sermón a ponderar la virtud de la Santa Cruz. Al salir de la catedral, se le arrimó un sujeto y le dijo: — ¿Señor, cree UD. lo que acaba de predicar? —Vaya si lo creo, si no, no lo predicaría: la iglesia reconoce la virtud de la Santa Cruz.  — ¿Con que de veras lo cree UD? Pues bien, yo soy francmasón, y no lo creo. Pero como las palabras de UD. me han sorprendido en gran manera, vamos haciendo la prueba de esa doctrina. Todas las noches nos reunimos en tal calle y tal número, y el demonio en persona viene a presidir la sesión. Venga UD. esta noche conmigo, los dos nos quedaremos a la puerta de la sala, y UD. hará el signo de la Cruz sobre la concurrencia; así me certificaré de la verdad de los dichos de UD. —Tengo fe en la virtud del signo de la Cruz, repuso el P. Jandel; mas no puedo aceptar la propuesta sin reflexionarlo antes maduramente: Deme UD. tres días de tiempo para pensarlo. —Bueno, replicó el francmasón: cuando se determine UD. para la prueba me tendrá  a sus órdenes: y le dio las señas de su casa.

   “El P. Jandel se fué en seguida a ver al Cardenal de Bonald, y le preguntó si aceptar o no el reto, en nombre de la señal de la Cruz. El Arzobispo convocó junta de teólogos, donde después de una larga discusión, se acordó que aceptase el P. Jandel. —Id, hijo mío, le dijo el señor de Bonald echándole la bendición, que Dios os acompañe.”

   “Cuarenta y ocho horas faltaban para el plazo, y el P. Jandel las pasó en oración y en penitencia, encomendándose además en las oraciones de sus amigos: A la entrada de la noche del día señalado, se fué a la casa del francmasón, el cual le estaba aguardando. El Padre había cambiado sus hábitos por un vestido de seglar, de modo que nadie le hubiera tomado por lo que era: esto sí, debajo de la ropa llevaba un buen Crucifijo. Salieron, y a poco llegaron hasta un salón amueblado con gran lujo y se quedaron en la puerta. Poco a poco se fué llenando él salón, y ya iban a ocupar cada uno su asiento, cuando el demonio se apareció en forma humana. En el acto el P. Jandel sacando del pecho el Crucifijo que traía escondido, lo levanta con ambas manos haciendo sobre los asistentes la señal de la Cruz.”

   “Un rayo no habría producido un efecto tan imprevisto, tan instantáneo, tan sorprendente. Apangase las luces, cáense unos sillones sobre otros, los concurrentes huyen. . .  El francmasón se lleva al P. Jandel, y cuando ya iban lejos, sin saber cómo pudieron salir de en medio de aquella obscuridad y confusión, el adepto de Satanás, puesto de rodillas ante el sacerdote: — ¡Creo, exclamó, creo! ¡Rogad por mí! ¡Convertidme! ¡Confesadme!

   No hay porque sospechar de la veracidad y buena fe de este relato, que en esto no hay que hablar, ni de la exactitud de un P. Jandel, actor principal del drama, y de un P. Gormier, su fiel cronista, amén de toda la prensa católica de aquellos mismos días, que no dudaría en tachar de injusto y sobre manera temerario a quienquiera osase nublar con la más leve duda la verdad del relato.  Y con esto queden las cosas en su lugar, y por muy verdadera y positiva aquella aparición del diablo, que de fijo no  hubo de ser la primera ni la última, según anda la masonería envuelta en tratos e intimidades con el príncipe infernal, conforme a todo buen juicio.

   Después de todo lo cual estamos ya hartos de horrores y diabluras masónicas, y punto.



“Presbítero Serra y Caussa”

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