lunes, 12 de septiembre de 2016

HUMILDAD




   Pocos son los que tienen una idea exacta de la humildad, por cuanto la confunden con la pusilanimidad y cobardía.

   La humildad consiste en atribuir a Dios lo que es de Dios, esto es todo el bien; y en atribuirnos a nosotros lo que es nuestro y esto es, todo el mal.

   Así como sacó Dios todas las cosas de la nada, asi también del conocimiento de nuestra nada y de nuestra miseria, quiere sacar los fundamentos de nuestro edificio espiritual.

   Decía por lo mismo San Buenaventura: Como Dios sea el todo contento estoy  yo de ser nada.

   El verdadero humilde cuando cae en a1guna falta, se arrepiente de ella con toda sinceridad; mas no se conturba, porque no extraña de que la miseria sea miserable; ni de que la flaqueza sea flaca; ni de que la enfermedad sea enferma; antes bien da gracias a Dios de no haber incurrido en otras peores. Por· esto Santa Catalina de Génova cuando advertía haber caído en alguna falta, solía decir con tranquilidad: Hierba de mi huerto.

   Este documento es de tanta importancia, que San Francisco de Sales se expresa en estos términos: Preciso es que suframos nuestras imperfecciones para adquirir la perfección; la humildad se nutre con este sufrimiento.

   Algunos para ser humildes rehúsan reconocer en sí mismos ningún bien, ni habilidad. El conocimiento de los dones recibidos, dice Santo Tomás, produce agradecimiento con el bienhechor. Los jumentos y mulos muchas veces van cargados de oro y de preciosos aromas, y no por esto dejan de ser tan bestias como antes. El mayor número de gracias recibidas no hace más que aumentar la deuda en, quien las recibe.

   Naturalmente gustan más las alabanzas que los vituperios, y en esto no hay ningún mal, porque es la voz ·de nuestro inevitable apetito; basta el referir la alabanza a quien es debida que es Dios, cuyos dones se alaban en nosotros, y por cuyo medio crecen nuestras obligaciones para con un Señor tan benéfico.

   El alma humilde verdaderamente es la más generosa; pues cuanto más desconfía de sí misma, tanto más confía en el Señor que le comunica valor, y exclama con San Pablo: Todo lo puedo en aquel que me conforta. Por esto dice Santo Tomás, que la humildad cristiana es el principio de la magnanimidad. El que se retira de las obras buenas aunque grandes y luminosas, a que le llama el Señor, no se tenga por humilde, sino por desconfiado y pusilánime. La obediencia es el medio mas seguro para conocer los divinos llamamientos.

   Cuanto más progresamos en la práctica del bien, tanto más hemos de  temer la vanagloria, porque los otros vicios se alimentan de pecados pero este de virtudes. Entre los ángeles el más sublime que fue Luzbel, vino a ser por su vanidad el más terrible entre los demonios.

   Para huir de la vanidad sea un medio muy poderoso aquella sabia reflexión que repetía muy a menudo San Francisco de Sales: Los males que yo hago, son por cierto males y son verdaderamente míos; más los bienes que yo obro, ni puramente son bienes, ni puramente son míos.

   El humilde no desprecia a ninguno por gran pecador que este sea...porque puede muy bien convertirse, así como nosotros estamos continuamente expuestos a extravíanos para perdernos por una eternidad. Judas fue un gran apóstol Pablo un grande perseguidor de la Iglesia. ¿Y qué cambio tan maravilloso hicieron?

   Estemos muy alerta para no confundir la falsa humildad con la verdadera, la cual procura disimularse ella misma, y ocultar las otras virtudes. El que quiere parecer humilde, es el más soberbio.

   Es muy laudable y tal vez necesario el manifestar los dones recibidos de Dios, y el bien que obramos con su gracia, cuando así lo pide la gloria del Señor, la utilidad de la edificación en la iglesia, y el provecho de· las almas; y a este fin  publicó San Pablo sus revelaciones, y sus tareas apostólicas.

   La aversión que tuvo San Felipe Neri a las grandezas del mundo, nació de la luz grande que  tenía, y del conocimiento de las cosas por sí mismas, y de su profunda humildad, que fue en él tan eminente, que a imitación de San Francisco, se tenía por el mayor pecador del mundo, y con el sentimiento que lo decía mostraba afirmarlo de corazon; de forma que si oía algún pecado grave de otro decía: Ruego a Dios no haya hecho yo peor. Diciendo cierta persona en presencia del Santo: Padre, grandes cosas hacen los santos; le respondió: No has de decir así, sino grandes cosas hace Dios en los santos.

   Para evitar peligros de vanagloria, quería San Felipe que se hiciesen en secreto las devociones particulares, diciendo: que los gustos y consuelos del espíritu no se han de buscar en los lugares públicos.

   Por eso exhortaba se huyese de toda singularidad que de ordinario es origen y fomento de soberbia espiritual. No quería por eso que se dejasen las buenas obras. Y así conforme a la doctrina de los Santos Padres, solía distinguir tres géneros de vanagloria: A la primera llamaba señora que va delante: y se tenía por fin de la obra que se hace. A la segunda compañera: esta es cuando no se hace la acción por vanagloria, pero se siente complacencia cuando se ejecuta. A la tercera llamaba esclava: que se siente por la obra que se hizo, pero se reprime luego; y así decía: Advertid por lo menos que la vanagloria no sea señora.

   Deseaba San Felipe principalmente mortificar en los suyos el discurso, en particular cuando se fundaba en alguna apariencia de buena razón; (cosa tan difícil, cuanto alabada con encarecimiento de los santos.) Instaba de tal forma que se pusiese todo el estudio en mortificar el entendimiento, y solía decir tocándose en la frente: La santidad del hombre está en el espacio de estos tres dedos. Y añadía declarándolo: Toda la importancia está en mortificar lo racional. Palabras muy familiares del santo, entendiendo por la racional, el sobrado discurso, desagradándole el querer hacer del prudente y discurrir en todas cosas.

   Ténganse muy firmes en la memoria estas sentencias tan fecundas y sólidas de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres: La presunción es la hija de la necedad, la humildad de la sabiduría; aquella es propia de ánimos mezquinos esta de almas grandes. = El hombre orgulloso del siglo es esclavo de sus pasiones: el humilde del Evangelio, es señor de ellas. = Aquel que sabe ser humilde según el Evangelio, es el más sabio entre los filósofos, y el más generoso entre los hombres. = No hay ningún soberbio en el paraíso, ni humilde alguno en el infierno.



Espiritualidad Católica



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